JESÚS PONCE CÁRDENAS /
EROS SIEMPRE RECOMENZADO: CUATRO SIGLOS PARA UN POEMA
BARROCO
Más allá de los razonamientos de naturaleza
académica, la importancia de una obra clásica podría medirse por su
capacidad de generar nuevas lecturas creativas. Si la Fábula de
Polifemo y Galatea permanece hoy viva también es, en parte, porque
sigue ostentando una admirable facultad de irradiación que permite
reconocer su huella en distintos modelos de nuestro tiempo. Para
entender el homenaje que los creadores actuales han rendido al
epilio más hermético y fascinante de nuestras letras conviene
detenerse brevemente en tres textos poéticos datados entre los años
1990 y 2006.
El libro Semáforos, semáforos (1990) daba entrada al
paisaje urbano de la modernidad en la poesía de Jaime Siles. Allí
—a la manera de una écfrasis o descripción literaria de una
obra de arte visual— se ofrece la composición titulada Acis y
Galatea. El inter-texto pictórico se refi ere —en una suerte
de trampantojo— a un conocido cuadro de Poussin (Polifemo,
Acis y Galatea), pero desde el plano estético del lienzo los versos
darán un salto imponente para llegar a un referente cotidiano:
Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;
ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro es de Poussin [...].
El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea, ella y él,
somos nosotros mismos mientras vamos
—ojo, labio, boca, lengua, mano—
sobre la carne del amor humano
ensortijando fl ores, cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel (1).
Como puede verse, el arranque del poema incide en los
elementos plásticos de una pintura del Barroco francés a través de
una serie de elementos suntuosos (plata, oro, topacios) y una
paleta de colores encendidos (escarlata, cárdenos). En los versos
de cierre, la escena mítica de la unión de los amantes se ha
metamorfoseado en una ‘historia’ real, en un
‘amor de verano’ compartido por el yo lírico y la joven
amada. Por cuanto ahora nos atañe, el interés de estos
endecasílabos radica en que para realizar esta singular
transposition d’art, Jaime Siles se va apropiando sutilmente
de algunas claves propias del estilo gongorino. Rasgos elocutivos
como los ya citados (la ponderación a través de referentes
suntuarios, el gusto por los colores cálidos y las armonías
cromáticas) se alían con imágenes procedentes de la Fábula de
Polifemo y Galatea. Sin duda, la presencia floral del clavel se
vincula a la escena culminante del epilio gongorino (el momento del
beso, que precede a la desfl oración de la ninfa): «No a las
palomas concedió Cupido / juntar de sus dos picos los rubíes, /
cuando al clavel el joven atrevido / las dos hojas le chupa
carmesíes» (estancia XLII, vv. 329-332)(2). De hecho, el gesto de
la muchacha que contempla el cuadro se exaltará —no sin
humor— como «más certero, más cierto, más rimado / (de
rimmel) que la estrofa del clavel». El uso de la cumulatio («ojo,
labio, boca, lengua, mano») o la construcción trimembre de algún
verso («ensortijando fl ores, cuerpos, ramos») permite identificar
asimismo el poso gongorino en esta evocación plástica del mito.
En el poemario titulado Las moras agraces, Carmen
Jodra rendía homenaje al estilo culto del escritor andaluz
componiendo un sensual Retrato gongorino (3). Desde el marco
clásico de una breve silva se evoca con todo lujo de detalles la
belleza de un adolescente dormido, un muchacho de dieciséis años
cuya hermosura es tal «que a varón como hembra quita el frío» (v.
21). Suspendido en una atmósfera de ambiguo erotismo, el poema
aparece arropado por un minucioso haz de referentes mitológicos
(Cipariso, Jacinto, Narciso, Apolo, Ganimedes) que permiten
identificar al joven que vive en una imprecisa «ciudad castellana»
(v. 12) con un numen y tres pueri delicati de la Antigüedad. Pero
lo que ahora resulta más interesante es apreciar cómo el texto de
la joven autora madrileña surge como un ejercicio de actualización
del núcleo lascivo del epilio, ya que la pintura del varón dormido
y casi desnudo nace de un proceso imitativo que tiene como norte la
descripción de Acis (quien fi nge estar sumido en un profundo
sueño) y el deseo que el musculoso cuerpo provoca en Galatea, la
sigilosa nereida que lo espía furtivamente desde la fronda (Fábula
de Polifemo y Galatea, estancias XXXII-XXXVIII). En cierto sentido,
el testimonio lírico de Carmen Jodra —desde la vertiente
creativa— vendría a reforzar la existencia de una «poética de
la seducción» en el interior de la fábula gongorina, como apreciara
en una valoración reciente la crítica francesa Aude Plagnard. De
hecho, a juicio de esta investigadora, «en el Polifemo, Góngora
crea una escena de seducción muy especial, en la que la
participación activa de la amante invierte el modelo tradicional
del varón seductor y agresor y de la novia remisa. La seducción que
propone, al contrario, se basa en el misterio y la curiosidad» (4).
Por ese motivo, al reflejarse en el espejo de la tradición áurea
española, una de las voces femeninas más interesantes de la poesía
actual selecciona un motivo de sensualidad inequívoca, un elemento
que hoy se antoja de una modernidad desconcertante.
Este apresurado paseo por los senderos que el
Polifemo de Góngora ha abierto durante los últimos años en la
poesía española culmina con la mención de uno de los recientes
títulos de Guillermo Carnero, Fuente de Médicis. Esta obra plantea
una oscura meditación en torno a la edad y el deseo, el amor y el
tiempo pasado, a partir de un diálogo del yo lírico con una
celebérrima estatua de Galatea (presente en el grupo escultórico
Polifemo espía a Acis y Galatea) de los parisinos Jardins du
Luxembourg. Significativamente, la obra arranca con el siguiente
lema: «Con Galatea: La nieve de sus miembros da a una fuente»
(estancia XXIII, v. 180) (5). Más allá de una sugestiva vindicación
de la obra artística como depositaria de un diálogo marcado por las
revelaciones, el sujeto de la enunciación destaca en su discurso el
poso de una sensualidad aprendida:
Otra fue la lección que me enseñaste
en púrpura nevada o nieve roja:
la belleza absoluta de los cuerpos
entre seda y cristal, mármol y oro. (6)
Una vez más, los ricos elementos de la materia
poética gongorina se adensan (púrpura, seda, cristal, mármol, oro)
y se funden con la cita engastada en el pasaje, con un leve cambio
sobre el original: «o púrpura nevada o nieve roja» (estancia XIV,
v. 108) (7).
De algún modo, pasados cuatro siglos desde la primera
circulación de la obra maestra gongorina, los versos de Jaime
Siles, Carmen Jodra o Guillermo Carnero podrían servirnos de hilo
en el laberinto, ya que —siguiendo un criterio inspirado y
creativo— nos orientan acerca de los grandes valores que
atesora el texto barroco. Como se ha entrevisto, uno de los rasgos
que captura la atención de los creadores de nuestro tiempo es la
honesta oscuridad del poema, capaz de crear un espacio venusino
plagado de sugestiones lascivas sin apenas nombrarlas.
En suma, el entramado lírico y narrativo de la Fábula
de Polifemo y Galatea surge hoy ante poetas y lectores como una
cima imponente de la literatura universal, donde la expresión más
oscura y elegante del deseo, el tema del Triunfo de Amor se ven
arropados por una dicción compleja y perfecta, por una suntuosa
escritura imbuida de valores plásticos.
J. P. C.—COORDINADOR
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