INSULA

Almanaque 2011. In memoriam José Luis Cano (1911-1999)
Número 784 . Abril 2012

 
 

Ángel BASANTA / 2011: Buen año para la narrativa española en castellano


 

A Miguel García-Posada, in memoriam.

En 2011 publicaron textos narrativos en castellano escritores españoles tan importantes como J. Marsé, J. Marías, L. M. Díez, J. M.ª Merino, Martínez de Pisón, B. Gopegui, I. Rosa, L. Silva, F. Aramburu, Hidalgo Bayal y M. Longares. Con esta larga decena de novelas de libros de cuentos dicho año merece ser considerado como bueno, mejor que los precedentes y, aun más, uno de los mejores de la narrativa española en castellano en lo que llevamos del siglo XXI.

En la novela se lleva la palma Los enamoramientos (Alfaguara), donde Javier Marías construye un yo femenino que da lugar a una novela de narrador cuyo interés se centra en conflictos íntimos de los personajes y la autocrítica de la novela. Pero estos conflictos tienen alcance universal. Porque la narración empieza, como por azar, con la muerte de un empresario en la calle. Y lo que comienza como un crimen más va transformándose en un asesinato con varias explicaciones que la novela va mostrando con mano maestra, complaciéndose en la autocrítica de todas para esclarecer la verdad. Así lo que parecía una obra sobre el amor, la amistad, las relaciones de pareja, la envidia, el azar, la muerte y la culpa transforma en una novela sobre la inaprehensibilidad de la realidad, impunidad y la dificultad de conocer la verdad. Con ello la novela trasciende su análisis pormenorizado de situaciones, pensamientos y sentimientos hacia la consideración de ambiciones y constantes universales mueven el mundo. Todo ello en una trama de intensidad climática, tanto en la observación de lo cotidiano y la complejidad psicológica de personajes como en la especulación por sabia distribución de la información. En suma, una gran novela ensayo que nos analiza a los seres humanos a la vez que se explica a sí misma.

Otras novelas importantes enriquecen el mundo imaginario de autores de primera fila. Es el caso de Juan Marsé y su Caligrafía de los sueños (Lumen), que ahonda con ternura y sarcasmo en su realidad inventada sobre la Barcelona de posguerra. Los dos temas principales están en el relato de iniciación en el tránsito del protagonista de la adolescencia a los umbrales de la madurez y en la desesperada búsqueda de la felicidad por la señora Mir. El chico, que aparecía entre los adolescentes de Si te dicen que caí (1973), se llama Mingo, hipocorístico de Domingo, pero se hace llamar Ringo, como el personaje de John Wayne en La diligencia. En su figura Marsé ha depositado rasgos autobiográficos, como su adopción al poco de nacer, su vocación de músico, su trabajo en un taller de joyería, su pasión por la lectura y el cine norteamericano y su dedicación a la escritura. Pero lo importante es que el relato de iniciación transcurre en el mundo imaginario creado en cada novela del autor, manteniendo fidelidad a la memoria personal de su barrio barcelonés y a sus gentes en los años cuarenta y también a una forma de novelar. También aquí se trata de una historia de vencidos y su lucha por la vida, entre los que sobresale la señora Mir con su tragedia de amante abandonada. Por último, hay en esta excelente novela un homenaje al poder salvador de la ficción, sobre todo en el capítulo «Caligrafía de los sueños», con las aventis y sus historias contadas por los niños como episodios de películas vividos como reales.

Luis Mateo Díez amplía su imaginaria provincia con Pájaro sin vuelo (Alfaguara), profundizando en la fragilidad de la condición humana desde una desolada visión del mundo. En esta novela itinerante se cuenta un día otoñal de un agente de seguros, desde su despertar, aquejado de estreñimiento crónico, hasta la noche, pasando por el encuentro con personajes que encarnan problemas pasados. La historia principal es la peripecia del protagonista, que vive bajo el peso de sueños con bichos que simbolizan su soledad y extravío en el laberinto urbano. La segunda historia está en la búsqueda del hijo de su jefe, la cual se produce a la vez que el protagonista encara el distanciamiento de su hija y el encuentro con otro hijo ignorado. Así esta fábula del sentimiento que empieza como comedia acaba en tragedia, con la hondura poética propia del autor y la recuperación del humor grotesco.

También Marina Mayoral ha enriquecido su territorio de Brétema, creado a partir de su Mondoñedo natal, en Deseos (Alfaguara), su mejor novela porque logra componer una estructura narrativa caleidoscópica para novelar la existencia cotidiana de una pequeña ciudad de provincias durante un día, bajo la asfixia moral que se apodera de unas gentes condenadas a empujar sus vidas entrelazadas en un mundo cerrado.

Tendencia dominante en la narrativa española sigue siendo la que se centra en la recreación de la posguerra, la transición a la democracia y la revisión crítica de nuestro tiempo. La mejor novela en la recreación de la posguerra es El día de mañana (Seix Barral), en la cual Martínez de Pisón ha montado, con estructura perspectivística como la ideada por Orson Welles en Ciudadano Kane, un discurso coral en el que doce narradores entrecruzan sus voces para contar la peripecia de un inmigrante en la Barcelona de posguerra, donde pasa por trabajos y negocios de poca monta hasta convertirse en confidente de la policía política y acabar implicado en actividades de la ultraderecha. Y al tiempo que se compone la andadura del protagonista en su progresivo envilecimiento, con el testimonio complementario de los doce narradores, quienes también son personajes con sus historias, el relato fragmentario de los doce, con el resumen de sus vidas y su relación con el protagonista, ofrece un vasto fresco de la sociedad catalana desde los años cincuenta hasta la muerte de Franco y la transición política. Además del perspectivismo, destaca el acierto de su estilo sencillo en el relato de cada uno de los narradores entreverados en un texto de calculada naturalidad y notoria complejidad formal.

Tres novelas más deben recordarse por su recreación de historias de posguerra en diferentes décadas y la transición a la democracia. En la inmediata posguerra sitúa Giménez Bartlett Donde nadie te encuentre (Premio Nadal, Destino), en la que alternan un relato histórico y otro novelado sobre las partidas de maquis en los pueblos del Maestrazgo castellonense y, de modo especial, sobre «la Pastora», última superviviente de aquellos guerrilleros antifranquistas.

Las otras dos transcurren en épocas posteriores que llegan hasta la transición política. Rafael Reig se remonta a la guerra civil e incluso antes en Todo está perdonado (Premio Tusquets) para contar la historia familiar de los Gamazo hasta los años de «la Inmaculada Transición ». La novela comienza con la misteriosa muerte de Laura el día de su boda. Su padre, hombre de negocios, encarga la investigación a varios detectives, lo cual da lugar a una trama de novela negra como trampolín para recrear la historia de la familia y la evolución de la sociedad española en la urbe madrileña metaforizada con ingenio satírico en sus rive droite y rive gauche, separadas por La Castellana.

En Operación Gladio (Alfaguara), Benjamín Prado compone una novela de investigación y suspense, con episodios reales en el pasado reciente combinados con otros ficticios en una trama con dos vertientes. Una joven periodista investiga la matanza de abogados laboralistas de Atocha en 1977 y las conexiones del atentado con la extrema derecha italiana y con la organización anticomunista Gladio, promovida por la CIA para evitar la expansión de la izquierda en Europa. Y a la vez una pareja de republicanos lucha por encontrar el cadáver de un familiar enterrado en una fosa común y trasladado después al Valle de los Caídos.

La revisión crítica del presente tiene su mejor obra en La mano invisible (Seix Barral), donde Isaac Rosa muestra el trabajo de verdad por medio de obreros entregados a sus oficios con rutinaria repetición bajo la mano invisible que domina el mercado laboral. El autor aborda el tema con técnicas actuales y un lenguaje trabajado con esmero en cada uno de los personajes. Y es consciente del reto de novelar el trabajo en sí mismo, algo nada frecuente en la narrativa de hoy. Consigue hacerlo exponiendo su deshumanización y su alienación en la rutina de los obreros que lo ejecutan con sus manos. Para ello ha reunido en una nave a doce profesionales de varios oficios que realizan su labor ante la mirada de un público invisible. En esta absurda representación para «turistas del trabajo» todos ejecutan su tarea de modo rutinario, sin saber con qué finalidad. Hasta que el perverso experimento estalla y el conflicto se va diluyendo en decepción final con amargas reflexiones que desmitifican toda idea ennoblecedora del trabajo. Entre los aciertos de esta novela necesaria sobresale su extraordinaria riqueza estilística.

En este apartado hay que mencionar dos novelas con acento ideológico y político. Acceso no autorizado (Mondadori), de Belén Gopegui, desarrolla una historia con personajes reconocibles en la etapa de Zapatero como presidente del Gobierno y Fernández de la Vega como vicepresidenta. La obra centra su tesis en la denuncia de la desideologización y el engaño del socialismo español bajo la dirección de Zapatero, acusado no ya de hacer una política alejada de su ideología, sino de no tenerla. Y se adentra en los entresijos del poder y en la intimidad de quienes ocupan altos cargos, con empleo delictivo de la tecnología para controlar y presionar sin escrúpulos a quien convenga en tiempos de corrupción y vileza moral.

En Ejército enemigo (Mondadori), Alberto Olmos construye un texto en el que la voz narradora de un publicista arremete contra todo, abordando cuestiones de actualidad en este mundo globalizado y regido por nuevas tecnologías y redes sociales, que han invadido nuestra intimidad. Nada se libra del discurso nihilista del narrador, que desahoga su resentimiento y desilusión contra esto y aquello, desde los movimientos solidarios hasta la impostura de una izquierda falsamente progresista.

Lejos del presente y pasado cercano, otras épocas más remotas han sido visitadas por diferentes manifestaciones que engordan la corriente de la novela histórica, subgénero en que también se inscribe la citada de Giménez Bartlett. Ejemplo de novela histórica en su modalidad de reconstrucción del pasado lo tenemos en El imperio eres tú (Premio Planeta), donde Javier Moro recrea la aventura históricosentimental protagonizada por Pedro I de Brasil desde su traslado a Río de Janeiro en 1808. Y de la revisión de episodios decisivos en la historia española y americana en torno a 1812-1816 se ocupa Armas Marcelo en La noche que Bolívar traicionó a Miranda (Edhasa).

La recreación fabulosa de episodios pretéritos está lograda por Alfonso Domingo en El espejo negro (Premio Ateneo de Sevilla, Algaida), donde algunos episodios de la historia europea, el arte y su mercado, secretos de alquimistas, relaciones amorosas y lances folletinescos se dan la mano en una triple historia que comienza con El Bosco y la desaparición de su cuadro más enigmático, sigue con la copia del mismo para librarlo de los nazis en la II Guerra Mundial y llega hasta el presente con la investigación de lo que pudo haber ocurrido en los entresijos del mercado del arte.

La novela histórica que recrea hechos verídicos, entreverados con otros que pudieron haber ocurrido, con voluntad de proyección del pasado sobre lo que vino después, tiene un buen ejemplo en El puente de los asesinos (Alfaguara), de Pérez-Reverte, la mejor de la serie de Alatriste, ahora en escenarios de Venecia en 1627, implicado en conspiraciones, aventuras, duelos y amoríos, entre otros lances.

Y el empleo de sucesos históricos como materia novelable combinados con especulaciones de varia índole tiene su mejor muestra en Niños feroces (Destino), donde Lorenzo Silva integra hechos reales y episodios imaginarios con reflexiones de naturaleza ensayística, entre las que abundan las de signo metaliterario, que convierten este libro en la novela de una novela. Pues un joven aspirante a escritor recibe de otro ya consagrado lecciones para contar la historia de un falangista que formó parte de la División Azul luchando con las tropas de Hitler en el frente ruso. Su relato de una vida española implicada en la historia universal se enriquece con reflexiones metanarrativas y otras observaciones entreveradas en un juego de posibilidades literarias y reflexiones acerca de la historia del siglo XX.

En las proximidades de la novela histórica se alinean otros libros que desarrollan biografías noveladas de personajes reales en el pasado. Es el caso de El espía (Anagrama), novela en la que Justo Navarro construye una ficción con materiales históricos tomados de la vida del poeta norteamericano Ezra Pound (1885-1972) durante su experiencia italiana como propagandista del fascismo.

Por este camino que lleva de la novela histórica a la biografía novelada llegamos a las literaturas del yo, donde caben autobiografías y memorias, diarios y dietarios, autoficciones y otras figuraciones del yo con hibridación de materiales narrativos y ensayísticos. Entre autobiografía novelada y novela autobiográfica parece situarse Azul sobre azul (RBA), proteico texto de Manuel de Lope construido con especulaciones sobre temas que van desde recuerdos autobiográficos y notas de viajero hasta consideraciones sobre literatura, historia y música, en un libro concebido con la libertad del ensayo, según el método del dripping, empleado por el pintor Jason Pollock, saltando de una cosa a otra. Y entre los textos diarísticos destaca la tercera entrega del dietario de Martínez Sarrión en Escaramuzas (Alfaguara), con apuntes de la década 2000-2010.

Rasgos de autoficción aparecen en la citada novela de J. Navarro (El espía). Pero la mejor muestra de autoficción está en Familias como la mía (Tusquets), novela de formación donde Ferrer Lerín reescribe textos anteriores y añade otros nuevos en forma de diario discontinuo, con revelaciones y ocultamientos del autor, lo que da lugar a un libro disperso y fragmentario, con episodios reales y ficticios contados con técnicas forjadas en el mestizaje de géneros, desde apuntes ornitológicos hasta poemas en prosa.

El experimentalismo que suele haber en las figuraciones del yo en la narrativa se manifiesta con parecidas audacias técnicas en las novelas con ingredientes metaliterarios. Los hemos visto en Niños feroces, de L. Silva. Y los encontramos en El síndrome del Albatros (Seix Barral), texto experimental y metaficticio en el que Gonzalo Suárez reafirma su poética vanguardista. Porque en esta novela pirandelliana se integran teatro, cuentos, escenas cinematográficas e investigaciones sobre lo real y lo ficticio, en una atmósfera irracional fantástica, humorística y lúdica. Y de construcción metaliteraria, con algún componente autobiográfico y dosis de humor, es Diles que son cadáveres (Mondadori), de Jordi Soler, sobre la aventura de Antonin Artaud por Irlanda, con mucho de juego metaficcional y detectivesco, además de la omnipresencia de Joyce en Dublín.

Otras modalidades novelísticas que han dejado textos dignos de mención son la novela fantástica, de ciencia ficción, de aventuras, policíaca, humorística e intimista. En El beso del ángel (Siruela), Irene Gracia compone una novela fantástica con cuatro historias en las que se desarrollan, con desmitificación y humor, alucinadas relaciones amorosas de una mística visionaria con un ángel en sucesivas metamorfosis. Y mucho de relato fantástico entreverado con fenómenos paranormales hay de El escondite de Grisha (Salto de página), de Martínez Biurrun.

A la ciencia ficción acude Rosa Montero en Lágrimas de lluvia (Seix Barral), con una intriga fantástica que se desarrolla en 2019, armonizada con su ambientación realista en Madrid. Su combinación de lo fantástico en la ingeniería genética que ha creado una especie de nuevos replicantes —recuérdese Blade Runner— o tecnohumanos, entre los que destaca la detective protagonista, y el tratamiento realista del confl icto existencial con los humanos constituye lo mejor de la novela, que aborda en su fantasía futurista graves problemas de nuestro tiempo.

Mucho de ciencia, aunque no ciencia ficción, hay en El ciclista de Chernóbil (DVD), donde Javier Sebastián integra dos historias con hechos verídicos e imaginarios en una compleja novela que muestra los horrores provocados por el desastre de Chernóbil en 1986. Y en este problema seguimos con Punto de fisión (Premio Logroño, Algaida), de David Torres, con cuatro historias contadas por dos narradores, uno de los cuales es un ucraniano destrozado por la catástrofe nuclear, con un relato arrancado de una fantástica ciencia ficción hecha realidad, mientras que las otras historias ofrecen una visión grotesca del mundo en una novela que es de ciencia ficción, fantástica, onírica, negra y metanovela con intención lúdica y humorística.

Novela de aventuras es Mar adentro (Lumen), de Flavia Company, quien, siguiendo a Stevenson y a Conrad, compagina episodios marinos con indagación intimista. De ambientación costera es la fantasía moral de Ignacio Ferrando en Un centímetro de mar (Premio Ojo Crítico, Alberdania). Y de aventuras con estructura de relato itinerante es la compuesta por Willy Uribe en Los que amamos (Libros del Silencio).

La novela policíaca, negra, detectivesca, ha dejado la nueva entrega de J. M. Guelbenzu en El hermano pequeño (Premio Torrente Ballester, Destino), quinta de la serie protagonizada por la juez Mariana de Marco. Y como novela negra destaca Un dedo con un anillo de cuero (Eugenio Cano), donde J. R. Fernández crea un microcosmos provinciano con turbios conflictos bajo aparente normalidad.

Y llegamos a la novela humorística, en obras que también se nutren de otras modalidades. La autoficción, incluida su parodia, el humor y la deformación grotesca se alían en Un momento de descanso (Tusquets), de Antonio Orejudo, quien presta rasgos suyos al narrador para completar una sátira mordaz del mundillo universitario en Estados Unidos y en España. Y de una intensa vena humorística y satírica participan, si bien con diferencias, Los fugitivos (Menoscuarto), de Carlos Pujol, y Oxford 7 (Destino), de Pablo Tusset.

Termino el espacio dedicado a la novela con aportaciones de dos jóvenes en obras, aunque diferentes, relacionadas con la novela intimista: La mujer de Rapallo (Alfabia), de Sonia Hernández, por su indagación psicológica en una historia de amor entre dos mentes enfermas en un espacio claustrofóbico; y El grito (Siruela), de Antonio Montes, novela de estructura poemática centrada en un velatorio en un pueblo andaluz.

Poco espacio queda para realzar como se merecen por su calidad las obras de narrativa breve. La cosecha ha sido excelente, pues algunos de nuestros mejores cuentistas publicaron libros de relatos de alto mérito literario. Y también ha sido fértil en la publicación de cuentos completos (o casi) de autores importantes como Ramiro Pinilla en Los cuentos (Tusquets), J. E. Zúñiga en La trilogía de la Guerra Civil (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), Muñoz Molina en Nada del otro mundo (Seix Barral), la recopilación de cuentos y novelas cortas de Gonzalo Suárez en Las fuentes del Nilo (Alfaguara), la de Luis Magrinyà en Cuentos de los 90 (Caballo de Troya) y los Articuentos completos (Seix Barral) de J. J. Millás, además de la recuperación de Variaciones de un tema romántico (Lumen), de Juan Benet.

En cuanto a libros nuevos de narraciones breves, aunque las fronteras no sean claras entre las modalidades narrativas de menor extensión, empezaré por la novela corta. Dos excelentes hay en El faro por dentro (Siruela), donde Menchu Gutiérrez ha reunido dos narraciones poemáticas, una historia de farero publicada en 1994 y otra nueva en la cual recrea el espacio geográfico del faro donde la autora vivió durante años.

Tres novelas cortas componen Turismo interior (Lumen), de Marcos Ordóñez, con sendas retrospecciones temporales en un afortunado juego entre vida y literatura. En La nueva taxidermia (Mondadori), Mercedes Cebrián conecta dos narraciones cortas que enraízan sus extrañas historias en la existencia cotidiana y su memoria. Novela corta es Gran Circo Mundial (Ediciones del viento), donde P. A. Escapa confronta el mundo del circo y su percepción entre los vecinos del pueblo. Y en este género se inscribe Muerte de un caballo (Pre-Textos), de Andrés Barba, relato intimista de una historia mínima con implicaciones simbólicas.

Entre la novela corta y el cuento se sitúan algunas incluidas en libros de relatos de autores de prestigio. Entre los más importantes sobresalen Las cuatro esquinas (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), de Manuel Longares, Conversación (Tusquets), de Hidalgo Bayal, y El final del amor (Páginas de Espuma), de Giralt Torrente). Longares relaciona en Las cuatro esquinas cuatro momentos significativos en la historia de España posterior a la guerra civil, con episodios localizados en espacios madrileños desde los años cuarenta hasta el siglo XXI y contados con extraordinaria variedad de tonos y registros estilísticos. Las narraciones de Hidalgo Bayal en Conversación, salvo la primera (un excelente cuento de amor en 10 páginas), pueden considerarse novelas cortas, sobre todo las dos últimas. La «conversación» del título engloba formalmente los cinco textos en el monólogo experimental de cinco voces narradoras dirigido a un receptor mudo. Cada una comienza con una anécdota y acaba en la desolación o el absurdo hasta componer un libro singular con alguna joya literaria. Y en parecido formato ha concebido Giralt Torrente sus cuatro narraciones en El final del amor (Premio Ribera de Duero, Páginas de Espuma), las cuales constituyen indagaciones en «el final del amor», en el rescoldo de las rupturas sentimentales, sostenidas en la introspección psicológica y en la madurez estilística del autor.

En los cuentos J. M.ª Merino ha logrado la mejor aportación en El libro de las horas contadas (Alfaguara), obra singular con 17 relatos engarzados en una trama novelesca, más seis series de microrrelatos, y con excelentes ficciones en ambas modalidades. Entre sus elementos comunes destaca la presencia de tres personajes: uno escribe cuentos que su mujer lee y comenta, en los cuales se apuntan o sugieren diferentes relaciones entre los tres amigos. Los textos ahondan en temas preferidos de Merino: evocación de la infancia, lo fantástico, los sueños, el mito, el deslizamiento entre lo real y lo ficticio, la función de la ficción en la vida y la incorporación de teoría y crítica en la práctica del relato. Con ello este libro es una fiesta literaria en su juego con la ficción y la realidad, en invenciones nacidas de lo vivido por tres amigos y lo imaginado por la entrega de uno a la escritura contra el tiempo destructor.

Fernando Aramburu agrupa en El vigilante del fiordo (Tusquets) ocho relatos entre los cuales algunos insisten en el tema del terrorismo, mientras que en otros aborda conflictos diferentes como el miedo, la amargura, la culpa, la locura, ensayando variadas formas de contar. Molina Foix ha reunido en El hombre que vendió su propia cama (Anagrama) cinco cuentos independientes en la primera parte, con situaciones de la vida cotidiana en la sociedad actual, y cuatro en la segunda, con historias desarrolladas a partir de notas que Henry James apuntaba en sus cuadernos para posibles narraciones.

En Historias de este mundo (Baile del Sol), Escalera Cordero incluye 29 cuentos en los que ratifica las cualidades de su novela Un mar invisible (2009), con relatos nacidos del compromiso ideológico en defensa de los valores humanos y una literatura experimental en la mostración del dolor y la injusticia provocados por el discurso mentiroso con el que se ha construido la realidad. Y Rubio Tovar Agavilla en Se murió de Mozart (Universidad de Jaén) una docena de cuentos de inspiración romántica en sueños y fantasías de unas criaturas empeñadas en deseos imposibles en este tiempo de rentabilidad inmediata.

Citaré algunos cuentos más como los de Lourdes Ortiz en Ojos de gato (Ediciones Irreverentes), José Mateos en Historias de un dios menguante (Pre-Textos), Jon Bilbao en Bajo el influjo del cometa (Premio Euskadi, Salto de Página) y Miguel Á. Zapata en Esquina inferior del cuadro (Menoscuarto).

Y quiero realzar la aportación de Andrés Neuman, cuya madurez literaria se ratifica en los treinta cuentos y microrrelatos de Hacerse el muerto (Páginas de Espuma), agrupados en seis series, más dos dodecálogos finales. Sus cuentos y microrrelatos ratifican la extraordinaria capacidad del hispanoargentino para encontrar novedades y sorpresas desde perspectivas insólitas, con el ingenio y el humor como fundamentos de su originalidad, en búsqueda permanente de nuevos temas y formas.

Y del cuento pasamos, de puntillas, al microrrelato con el fin de resaltar la calidad de algunos libros de hiperbreves, como los agrupados en las tres series con brillantes ejercicios narrativos en Trastornos literarios (Páginas de Espuma), de Flavia Company, y los reunidos en Teatro de ceniza (Menoscuarto), excelente colección de microrrelatos de Manuel Moyano, además de los incluidos en los libros de Merino y de Neuman. Por último, destacaré la antología preparada por Á. Encinar y C. Valcárcel en Más por menos. Antología de microrrelatos hispánicos actuales (Sial). Y llamo a la publicación de la anunciada por F. Valls en Mar de pirañas. Los nuevos nombres del microrrelato español actual (Menoscuarto).

Á. B.—CRÍTICO LITERARIO

 
 
 
  Insula: revista de letras y ciencias humanas