INSULA

LAUREANO BONET / LARRA, CLÁSICO Y MODERNO
Número 756. Diciembre 2009

 
 

LAUREANO BONET / LARRA, CLÁSICO Y MODERNO


 

Mariano José de Larra y Sánchez de Castro nació justamente hace dos siglos en el edificio de la antigua Casa de la Moneda, número 23 de la madrileña calle de Segovia, donde trabajaba su abuelo. Doscientos años en la tan densa historia de España no han supuesto merma alguna en la presencia de este escritor en el ir y venir de las letras, las ideas, las modas que han nutrido las sucesivas promociones de poetas, prosistas, críticos, pensadores... Si otras figuras del siglo XIX han padecido, tras su muerte, un eclipse intelectual que los ha silenciado por completo, convirtiéndose sólo en materia con que nutrir la industria universitaria, Larra depara, hoy como ayer, una ejemplaridad literaria, ética siempre fecunda. No constituye, por consiguiente, una simple sombra que surja del pasado: es un contemporáneo, habita nuestro mundo, nuestras cuitas, nuestras ilusiones.

Es, pues, Fígaro un clásico en la acepción más pura del término: las muchas relecturas a lo largo del tiempo lo han agigantado paso a paso, dilatando su cuerpo textual por rutas apenas vislumbradas por aquellos coetáneos suyos que fueron testigos de la detonación (por decirlo con un famoso título) en el Madrid aterido del 12 de febrero de 1837. Este Madrid ante el que, a diferencia de Mesonero Romanos, Larra experimentó un desvío que iría acentuándose en los últimos cabos de su existencia. Don Ramón «dentro» de la Villa —al igual que Velázquez en el interior de Las meninas, según observara Galdós—; Fígaro, al contrario, en discordia con las gentes, las instituciones, los dogmas de la capital (Galdós, 1999: 114). Y ello pese a que sus artículos fuesen «lectura apasionada del público madrileño desde 1828 hasta la víspera de su suicidio en febrero de 1837» (Romero Tobar, 2007: 8).

Desajuste que tomará cuerpo, como es bien sabido, en «La nochebuena de 1836» cuando el autor recorra las calles madrileñas como silueta huidiza, ajena a las luces y ruidos que se cuelan por las ventanas de los hogares en fiesta (y el artículo, aquí, parece tomar súbita movilidad mudándose ya en prosa narrativa: casi un microrrelato). Confiesa, en efecto, este dandi a la vez liberal y elitista que

Dos horas, tres horas, y yo rondo de calle en calle a merced de mis pensamientos. La luz que ilumina los banquetes viene a herir mis ojos por las rendijas de los balcones; el ruido de los panderos y de la bacanal que estremece los pisos y las vidrieras se abre paso hasta mis sentidos y entra en ellos como cuña a mano, rompiendo y desbaratando (Larra, 1976: 553).

La efigie que emana de estas líneas es, a no dudarlo, romántica. Pero, ¿sólo romántica? Ese desajuste, casi resulta ocioso recordarlo, no dejaría indiferente a la gente nueva del Modernismo cuando, en sus años de lucha juvenil, de hostigamiento al Realismo, de reacción ante un idioma literario muy gastado y, a su vez, de extrañeza también frente a la España del 98, recojan la fi gura de Larra como ejemplo y, acaso, mito. Fígaro, ahora, transitando hacia el futuro, ‘encarnándose’ en Azorín o Baroja cuando tenga lugar el homenaje ante su nicho el 13 de febrero de 1901, y en el que depositan un haz de violetas: la violeta, flor de la melancolía... Aprovechará la ocasión Martínez Ruiz para deslizar unas vibrantes palabras, con las que subraya ese magisterio y esa reinvención de la lengua castellana que alcanzó a materializar Larra, una lengua ungida de imprevistos escalofríos emocionales. Porque

Sincero, impetuoso, apasionado, Larra trae antes que nadie al arte la impresión íntima de la vida, y con Larra antes que con nadie llega a la literatura el personalismo conmovedor y artístico. La lengua toda se renueva bajo su pluma: usado y fatigado el viejo idioma castellano [...] aparece vivaz y esplendoroso, pintoresco y ameno en las páginas del gran satírico (Martínez Ruiz, 1902: 235).

Fígaro es un clásico, y clásico en el sentido más noble de la palabra: cada nueva generación lo hace suyo y, en este acto de apropiación gustosa, va revelándonos nuevas zonas de su escritura y de su mundo moral. Personalidad por tanto compleja, plástica, inagotable... Resuenan así en nuestra literatura múltiples voces que asedian a Larra, lo interpretan, le dan vida desde esquinas muy diversas: nada más lejos a una escultura egregia pero silente, impasible, con un rictus inmóvil en sus labios de yeso. Y, a la par, la existencia quebradiza, angustiada de Larra insufla nueva energía a esas voces, a esas relecturas —un viaje redondo, si vale el símil de inspiración bíblica.

Un joven Leopoldo Alas nos brindará también «su» Larra, descubriendo en él algo valiosísimo y, por desgracia, bastante anómalo en las letras hispánicas: la riqueza expresiva del silencio que media entre palabra y palabra, dado que Fígaro —comenta— «no sólo se adelantó a su tiempo, sino que aun en el nuestro los más de los lectores se quedan sin comprender mucho de lo que en aquellos artículos de aparente ligereza se dice, sin decirlo» (Alas, 1881: 52). Clarín, pues, iluminado por Larra emerge ante nuestra mirada como una premonición del Modernismo en lo tocante al arte de la mejor escritura, una escritura que se purifica con el pálpito de nuestras emociones más secretas: música callada, ya. Lo clásico, así, avistando nuevos horizontes en inquieta reviviscencia siempre.

Pero medio siglo más tarde, en el convulso año de 1937, una nueva voz se oye a propósito del centenario, ahora, de la muerte de Fígaro. Son versos que irradian sutil melancolía y, asimismo, recogen un paisaje dramático en cuyo seno impera el rojo de la violencia. El poeta, Luis Cernuda, se dirige A Larra con unas violetas y en su dedicatoria alude a cómo nuestra madrastra España aparece deshecha ya y, empero, continúa siendo bella entre tantas tumbas, unas tumbas que, además, remiten al pasado, por medio de un autonálisis a todas luces implacable:

Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha, Miserable y aún bella entre las tumbas grises De los que como tú, nacidos en su estepa, Vieron mientras vivían morirse la esperanza, Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas, A hermanos irrisorios que jamás escucharon (Cernuda, 1974: 220).

Voces, palabras, ecos: Larra no ha dejado a nadie impasible en estos doscientos años transcurridos desde su nacimiento en la calle de Segovia. Su savia artística y moral se derrama por entre docenas y docenas de literatos de muy diversa vitola estilística o enseña generacional. Clarín, Baroja, Martínez Ruiz, Cernuda, sí, mas a su lado cabría añadir otros nombres no menos relevantes que se sintieron —se sienten— fascinados también por un escritor en el que el sarcasmo, la precisión conceptual, la mirada casi felina que se abalanza sobre el mundo que le tocó vivir y las súbitas inmersiones en su yo más recóndito conforman una obra sin par: Ramón Gómez de la Serna, Vicente Aleixandre, Buero Vallejo, Francisco Nieva, Juan Eduardo Zúñiga, Juan Goytisolo, Pedro Gimferrer, Luis García Montero... Palabra ensayística ya y, como tal, encaminándose hacia la conquista de una conciencia libre y libre gracias al matiz, el debate íntimo, la dubitación: la prosa larriana, ahora, como experiencia lírica.

ÍNSULA no podía, por tanto, ser indiferente al recuerdo de un autor que, volvamos a decirlo, es a la vez clásico y moderno, vivió y escribió en el pasado (en un tiempo ya remoto para nosotros, habitantes del siglo XXI), pero cuya pluma continúa atrapándonos estéticamente, y nos alerta con no menos tensión en un plano civil: una escritura imperecedera... Ya en 1962 ofreció nuestra revista un homenaje a Fígaro y en sus páginas, protagonizadas también por los austeros versos de Cernuda, vieron la luz artículos de maestros de la talla de Ricardo Gullón, Carlos Seco o Robert Marrast. Nuestra particular evocación, ceñida y sobria, se inclina por estudiar un Larra que sigue todavía en la penumbra, a diferencia del periodista que triunfó en el Madrid romántico: sus claroscuros mentales, sus tanteos dramatúrgicos o sus juicios —repletos de censuras— sobre prácticas teatrales muy de aquellos días.

Así, en su artículo Joan Estruch explora el devenir político de Larra (no exento de afanes tácticos), basándose para ello en su edición de las Obras completas del escritor madrileño. Tras analizar prosas y versos que la crítica ha desdeñado en demasía, llega a la conclusión de que, consciente Fígaro de los peligros que asediaban el tránsito hacia el liberalismo desde la monarquía absoluta, se vio impelido a postular una suerte de «lealtad dinástica», para, con ello, exorcisar el carlismo. Por su parte, Ermitas Penas estudia a Larra como hombre de teatro en la triple perspectiva del crítico, el adaptador de comedias de sesgo neoclásico y el creador de dos piezas algo olvidadas: El Conde Fernán González, «drama histórico de tendencia tradicional» y, sobre todo, Macías, donde hace suyos los postulados del liberalismo progresista al «plantear el amor adúltero como tema central». Finalmente, Diana Muela pone el acento en una temática «poco estudiada» aún: el cuestionamiento por Larra de la refundición teatral, pues entiende que excluye de su circunstancia histórica la obra rehecha de ese modo. Ahora bien, lo más «interesante» en los juicios larrianos es, sin duda, la poética que «esconden», una poética nada abstracta y con ramificaciones tanto sociales como políticas.

L. B.—UNIVERSITAT DE BARCELONA


Bibliografía citada

ALAS, L. (1881): «El libre examen y nuestra literatura presente», en Solos de Clarín, Madrid, A. de Carlos Hierro, Editor, pp. 51-62.

CERNUDA, L. (1974): «A Larra con unas violetas (1837-1937)», en Poesía completa, ed. de D. Harris y L. Maristany, Barcelona, Barral Editores, pp. 219-220.

LARRA, M. J. de (1976): «La Nochebuena de 1836. Yo y mi criado.

Delirio fi losófi co», en Artículos varios, ed. de E. Correa Calderón, Madrid, Castalia, pp. 549-558.

MARTÍNEZ RUIZ, J. (1902): La Voluntad, Barcelona, Imprenta de Henrich.

PÉREZ GALDÓS, B. (1999): «D. Ramón Mesonero Romanos — D. Antonio Ferrer del Río», en Ensayos de crítica literaria, ed. de L. Bonet, Barcelona, Península, pp. 111-115.

ROMERO TOBAR, L. (2007): Dos liberales o lo que es entenderse. Hablando con Larra, Madrid, Mare Nostrum Comunicación.

 
 
 
  Insula: revista de letras y ciencias humanas