Una vida en la
frontera
El 25 de noviembre de
2008 moría en Badajoz a causa de una repentina enfermedad el poeta,
editor y traductor Ángel Campos Pámpano. Su trayectoria como poeta
aparece jalonada por una decena de libros que presentan la
evolución de una voz cada vez más exigente en el estilo y más
profunda e íntima en el tono, desde La ciudad blanca (1988) a La
semilla en la nieve (2004). En 2008, unos meses antes de su muerte,
como una especie de funesto augurio, salía publicada una edición de
su poesía completa con el título La vida de otro modo (1983-2008),
de donde tomamos las citas.
La trayectoria
literaria de Ángel Campos Pámpano no puede —ni debe—
interpretarse sin considerar un factor clave que afecta no solo a
su obra, sino también a su biografía: la relación con Portugal.
Nació y se crió en San Vicente de Alcántara (1957), localidad muy
próxima a la frontera portuguesa, lo cual marca ya una sensibilidad
fronteriza o rayana, como se dice en Extremadura y el Alentejo. Sus
estudios de Filología en Salamanca, su trabajo y su vida estuvieron
permanentemente ligados a la lengua y la cultura portuguesas.
Tradujo al español obras de autores claves de la literatura
portuguesa del siglo XX como Fernando Pessoa, Carlos de Oliveira,
António Ramos Rosa, Eugénio de Andrade, Ruy Belo, Al Berto,
Herberto Helder, José Saramago, Mário de Sá Carneiro, António
Osório, José Agostinho Baptista y Sophia de Mello. Fundó y dirigió
las revistas Espacio/Espaço escrito y Hablar/Falar de Poesía,
revistas en dos lenguas, que pretendieron servir de vínculo entre
las culturas y literaturas española (y extremeña) y portuguesa.
Gracias a todo ello, a sus continuos viajes, a su labor como
traductor, recopilador, antólogo y editor de poesía portuguesa, a
su trabajo durante seis años en el Colegio Giner de los Ríos de
Lisboa y a las iniciativas culturales transfronterizas que organizó
o en las que participó activamente puede afirmarse que fue uno de
los mejores conocedores de la literatura portuguesa y debe ser
considerado uno de los hitos (en la línea de un J. A. Llardent o un
Ángel Crespo) en la difusión de la poesía portuguesa en España. En
palabras de Antonio Sáez (2009: 17), Ángel Campos fue durante
décadas una de las correas de transmisión más importantes entre las
culturas de los dos países. Con todo merecimiento se le otorgó en
2008 el Premio Eduardo Lourenço del Centro de Estudios Ibéricos de
Guarda por su trabajo en favor de las relaciones culturales entre
los dos países, premio que no pudo recoger. Cabe añadir que ese
papel de difusor de la literatura y la cultura portuguesas era
sentido por el poeta como una especie de compromiso social, lo cual
casa perfectamente con la ideología del autor, que se sentía
obligado a difundir la literatura de su tierra, sea ésta la
extremeña o la portuguesa.
Primeras claves:
poesía del silencio, lecturas y traducciones portuguesas
Toda la crítica que
se ha aproximado a la obra poética de Ángel Campos coincide en
señalar la presencia de la poesía portuguesa como una de las claves
de su obra y, analizando sus datos biográficos, sus traducciones y
su biblioteca no resulta difícil aventurarlo, pues si el imaginario
cultural de un escritor lo forman en buena medida sus lecturas,
cabe esperar que la influencia de la poesía portuguesa en su obra
resulte decisiva.
Sin embargo, al
margen de lo ya apuntado (biografía, vida laboral, iniciativas,
empresas culturales, traducciones), apenas existen estudios
críticos que hayan revelado las huellas de la poesía portuguesa en
su obra. Ese es el objetivo de nuestro estudio: dar comienzo a la
localización y análisis de algunas de esas influencias, a sabiendas
de que —a poco que se sondee— son tan numerosas y de
tal calado que este estudio está abocado a ser desde el principio
una mera aproximación que esperamos pueda ser continuada en
empresas de mayor magnitud.
Antes de ir al grano,
interesa adelantar dos factores que servirán de pórtico general
donde ubicar la importancia del influjo portugués en la obra del
autor de La ciudad blanca.
El primero de ellos
constituye una obviedad: no solo la poesía portuguesa está latente
en la obra del poeta. Por formación, vocación y trabajo, Ángel
Campos es también un gran conocedor de la tradición y de la
actualidad literaria española e internacional. Si cotejamos algunas
de sus declaraciones al respecto, entre los escritores de lengua
española del siglo XX que más le influyeron cabe señalar a Antonio
Machado, Juan Ramón Jiménez, Jorge Guillén, César Vallejo, Antonio
Gamoneda, Claudio Rodríguez, Roberto Juárroz, José Emilio Pacheco,
Aníbal Núñez (amigo del autor en su época universitaria) y, sobre
todo, José Ángel Valente. No es difícil distinguir en este listado
la inclinación del poeta extremeño por la llamada poesía o estética
del silencio (Valverde, 1995: 297; Pérez Parejo, 2004: 13-14), que
surgió —o rebrotó— en la poesía española durante la
década de los ochenta junto con otras tendencias como la Poesía de
la Experiencia. Las fechas, en principio, coinciden: en los años
ochenta se fraguan las primeras obras de Ángel Campos; en esa misma
década publica Los nombres del mar (1985), antología de la poesía
portuguesa reciente con un claro predominio de autores que siguen
los presupuestos de esta estética; hasta esas mismas fechas,
además, no se produce la masiva recepción de la poesía portuguesa
en España, comenzando por la de Pessoa (Sáez Delgado, 2007: 131).
Todo ello parece confluir en nuestro autor, el cual acomoda esta
estética a su personalísima voz. De cualquier modo, nos interesa
mucho subrayar que la estética silenciaria de Ángel Campos Pámpano
difiere sensiblemente de la de otros contemporáneos suyos como
Jaime Siles, Andrés Sánchez Robayna, Amparo Amorós, etc. Desde
nuestro punto de vista, aparece precisamente tamizada por la
influencia de la poesía portuguesa, especialmente la de Eugenio de
Andrade, haciéndola menos purista, etérea y fría que la de sus
contemporáneos, y cargándola, en cambio, de unos contenidos mucho
más concretos que, aunando lo reflexivo y lo subjetivo, logran
conectar lo puramente reflexivo con lo emocional.
El segundo factor
reseñable es la relación entre su labor como traductor y su
creación poética. Como el propio autor admite (2009: 91), los
poetas a quienes traduce son también los que más le interesan y
finalmente son los que más le influyen.
Plano externo:
Intertextualidad y versificación. Carlos de Oliveira y Ramos
Rosa
Dicho esto, no hay
mejor testimonio ni nada más concreto y seguro en este sentido,
también más difícil, que revelar los intertextos de poesía
portuguesa que existen en la poesía de Ángel Campos. El profesor M.
Á. Lama (1996a: 25; 1996b: 185-193) nos desvela un buen número de
casos y con variadas funciones, suficientes como para afirmar que
no solo constituyen referencias intertextuales sin más, sino que
representan un deliberado puente entre culturas, ejemplo de
comunicación de la mano de un autor de la frontera (Lama: 1996b:
189-190).
Al margen de esta
base intertextual, otros aspectos de su retórica confirman la
huella portuguesa. Para mostrarlo, puede resultar útil partir del
poema que abre sus obras completas, el cual pertenece a La ciudad
blanca:
Me llegué a la ciudad
con el frío de las mañanas de viaje para ver los colores de las
casas: la lentitud del rosa ensombrecido de sus fachadas, la luz
blanca o dorada de las plazas vacías tras la lluvia, en la tarde.
Buscaba mi lugar, perseguía un texto que había perdido (leído) en
algún sitio. Anduve hasta el muelle. Lloviznaba. Y, allí, solo, en
el muelle sin nadie, recordé en voz alta el comienzo de la Oda
Marítima (p. 35).
Como ocurre con otros
grandes escritores, el primer párrafo o poema de su opera prima se
convierte en una especie de densísimo botón de muestra del resto de
su obra. Tal es el caso de este texto que, como no podía ser de
otro modo, alberga ya una referencia intertextual a la Oda marítima
de Fernando Pessoa. La función de la intertextualidad en este libro
adquiere matices singulares: según Antonio Sáez (2006: 430), la
ciudad de Lisboa se convierte aquí en un sistema de citas, en un
viaje cuyos pasos son la elaboración de un intertexto complejo, lo
que nos proporciona una primera idea de la importancia de la
metapoesía en su obra, como ocurre en toda la poesía del silencio
portuguesa comenzando por la de Eugenio de Andrade y António Ramos
Rosa, muy cargadas también de reflexiones metapoéticas. Recuérdese,
sin ir más lejos, el «Conselho» de Andrade de As maõs e os frutos
(1948):
Sê paciente;
espera
que a palabra
amadureça
e se desprenda como
um fruto
ao pasar o vento que
a mereça.
Por otro lado, el
texto de Ángel Campos puede ilustrar la preferencia por un tipo de
versificación. En efecto, en el plano externo, su poesía se
caracteriza por la brevedad, es decir, por emplear metros y versos
cortos, como es el caso de este texto de prosa poética, o como es
el uso del tanka y otras estructuras métricas de tradición oriental
próximas al haiku. Los versos más empleados son el pentasílabo, el
heptasílabo (combinados de las más variadas formas, a veces con un
marcado ritmo popular propio de las coplas, con leves asonancias) y
el endecasílabo de esquema acentual italiano, si bien el verso
puede adelgazarse hasta el más simple sintagma o la palabra
monosílaba si se persigue algún efecto fonosimbólico, a lo que
contribuyen asiduamente los cuidados y significativos espacios en
blanco y los encabalgamientos abruptos (Pérez Parejo, 2009:
20).
En relación a la
preferencia por el verso corto, es innegable que puede tener
distintas filiaciones, incluso dentro de la poesía portuguesa (el
mismo Pessoa, Andrade, Ramos Rosa, Sophia de Mello, Al Berto), pero
a mi juicio la lectura de Micropaisagem (1968) de Carlos de
Oliveira pudo resultar decisiva para nuestro autor. El rigor y la
densidad connotativa del verso corto de Oliveira, con no más de
cuatro palabras por verso, es para Ángel Campos un ejercicio de
depuración entre la extensión y la densidad expresiva que suscita
la autorrefracción del poema (Campos: 1985: 70; Guimão: 1981,
50).
Por supuesto, tanto
el poema en prosa como la versificación corta tienen extensa y
variada tradición en la poesía española. Vicente Aleixandre,
Alfonso Canales, Antonio Gamoneda y, sobre todo, José Ángel Valente
pudieron ser modelos para el autor extremeño. No obstante, el tono,
el material léxico, la temática, la posición del sujeto lírico, el
contenido metaliterario y la extensión media de los textos son
indicios suficientes para suponer que los poemas en prosa de
Eugénio de Andrade en, por ejemplo, Memória doutrorio (1978) y,
sobre todo, del António Ramos Rosa de, por ejemplo, Quando o
inexorable (1983), Clareiras (1986) o Três lições materiais (1989),
constituyan modelos tan o más decisivos que los de los poetas
españoles, teniendo en cuenta, además, que la edición bilingüe
(traducción de Ángel Campos) de la última obra citada se publicó un
año después que La ciudad blanca, lo que hace pensar en una
influencia directa al hilo de las pausadas labores de la
traducción. Veamos algún ejemplo de Ramos Rosa:
«NADA: quase nada:
apenas uma brancura e uma pulsação leve: ar. Algo que vemna
transparencia de um enamorado fundo: esplendor que impele o mais
leve para o cerrado coraçao do mundo».
En esta obra, además,
Ramos Rosa utiliza frecuentemente la segunda persona de singular
para referir (desde la memoria) una anécdota personal del pasado,
generalmente de carácter sensitivo, con la que se inicia el poema:
«TOCASTE a pedra nocturna sobre as águas...». Es esta una técnica
incoativa muy querida por Ángel Campos, como se puede ver, por
ejemplo, en varios poemas de La voz en espiral (I, V, VI de la
sección «La voz abandonada dondequiera»; I, II, III, IV y VIII de
la sección «Habitar el cuerpo»; los poemas en prosa II y III de la
sección «Cercano a lo que importa»; el poema IV de la sección «El
cielo sobre Berlín»). Hallamos también en Ramos Rosa un tipo de
elipsis que resulta característica en la poesía de Ángel Campos. Me
refiero a un tipo que presenta una frase encabezada por el
complemento circunstancial de lugar seguido de una pausa, tras la
cual se presenta el sujeto sin mediación de verbo alguno. Son
constantes los ejemplos de esta estructura sintáctica en la obra de
Ángel Campos. Veamos dos ejemplos en Ramos Rosa de Três lições
materiais: «ATÉ à tua nudez, mulher de areia e vento» (p. 12); o
«SOBRE um fundo de luz inviolável, a divindade obscura e inmediata»
(p. 9). Y en Ángel Campos encontramos «Por la casa desnuda, la
huella de tu cuerpo» (p. 273, de El cielo casi) o «Sobre tu piel
desnuda, / la lluvia que es pasado» (p. 271 del mismo libro). Son
constantes e incontables los ejemplos de esta estructura sintáctica
en la obra de Ángel Campos, desde sus primeras a sus últimas obras:
«En torno al fuego, el cante y la guitarra: el despertar mismo de
la vida» (Inéditos, p. 405).
La mirada de Ángel
Campos y los ojos de Pessoa
Volviendo al texto
que abre La ciudad blanca, podemos observar la presencia de un
sujeto lírico que contempla una escena. En el prólogo de las obras
completas de Ángel Campos, titulado significativamente «La voz de
la mirada», M. Á. Lama (2008: 13-17) ha destacado el carácter
visual de su poesía. En efecto, se trata de una de las claves de
toda la obra del poeta, que además de poseer una actitud
manifiestamente contemplativa, genera una trasposición y mezcla
deliberada de los sentidos. Pero, a mi juicio, la mirada de Ángel
Campos adquiere unos matices singulares que le aproximan a la
poesía portuguesa por dos causas interrelacionadas: la presencia de
un sujeto que se siente escritor (lo que le aproxima de nuevo a
Ramos Rosa, Eugenio de Andrade o Al Berto) y, en segundo lugar, la
influencia de la mirada de Fernando Pessoa en lo que tiene de
sencilla y reveladora.
Empecemos por lo
último. En sus declaraciones, Ángel Campos expresó siempre su
admiración por Fernando Pessoa, el poeta a quien más tradujo y al
que consideraba el más complejo porque él es en sí mismo toda una
literatura (2008: 90). La influencia del autor portugués en la del
español es profunda e insondable, y no precisamente por el uso de
heterónimos, ya que el origen de la voz poética de Ángel Campos es
una y única, centrada en un sujeto lírico identificado plena y
confesionalmente con el autor. Aunque Ángel Campos conociera,
tradujera y admirara todos los heterónimos de Pessoa, considero que
Alberto Caeiro es el más próximo a su poética. No quiero decir con
ello que los demás heterónimos no estén presentes en su obra, pues
es innegable que Álvaro de Campos y Ricardo Reis son muy
perceptibles en algunos poemas. Pero la mirada de Ángel Campos se
aproxima estéticamente a la de Alberto Caeiro, el heterónimo más
entregado a la contemplación y al goce sensible de las cosas
(Losada, 1995: 993). Es un poeta natural, siente sin pensar; yo no
soy poeta, veo, dice Caeiro. Al margen de las afinidades con uno u
otro heterónimo (es lo menos importante quizá, al fin y al cabo son
máscaras de un mismo espíritu), nos interesa establecer otros
puentes entre los dos poetas, relativos de nuevo a la mirada sobre
las cosas, la trascendencia, la naturalidad y la sencillez,
cualidades que, por cierto, Antonio Colinas atribuye
preferentemente al heterónimo Alberto Caeiro (Colinas, 2007: 160).
Según Colinas, en la poesía de Pessoa-Caeiro hay más revelación que
conocimiento de la realidad. Se trata de un conocimiento en el que
el sentir y el pensar se funden; lo trascendente no surge aquí de
lo evasivo, sino que es un fruto enriquecido de la realidad. Esa
mirada —continúa Colinas-— produce una aceptación de lo
real que es sinónimo de mirada comprensiva, compasiva, piadosa. Se
acepta lo que simplemente es, con naturalidad, serenidad, desde la
posición de una verdad humilde. Percibimos esta actitud en Ángel
Campos («Árboles, nubes.../ Tras el cristal aprendes/ la lentitud//
del día y las maneras/ precisas del paisaje», p. 292, poema 24 de
El cielo casi), así como en la mayoría de poetas portugueses de la
segunda mitad del siglo XX. No quiero dejar de mencionar en este
sentido libros como el citado Micropaisagem de Oliveira, Uma
existencia de papel (1988) y Horto de incêndio (1997) de Al Berto
(léanse poemas como «Recado», «Vestígios», «Acordar tarde» y
«Casa», o bien los poemas de As mãos e os frutos (1948) o Mar de
setembro (1961) de Eugenio de Andrade.
Antes aludimos a la
abundante presencia de metapoesía en la obra de Ángel Campos. La
práctica metapoética interfiere también en la mirada del poeta. Nos
encontramos con un sujeto lírico que se sabe y se siente un
escritor y que como tal mira la realidad en la misma medida en que
un fotógrafo o un director de cine siempre enmarcan el motivo
elegido con el gesto de un rectángulo hecho con las manos como si
fuera una cámara ficticia. A veces lo hacen inconscientemente. No
pueden evitarlo. La mirada de Ángel Campos es, en sentido análogo,
la mirada de un poeta, de un hombre que se siente poeta y solo
puede mirar la realidad desde ese prisma, a menudo en un tono que
deviene existencial.
La actitud ética de
Sophia de Melo, Ramos Rosa o Ruy Belo: la poesía como país posible
de Ángel Campos
Hay algo en la poesía
de Ángel Campos que desprende sinceridad y un halo de integridad
moral con el mundo, consigo mismo y con la propia poesía. Se trata
de la misma sensación de dignidad que experimenta el lector al leer
a Sophia de Mello, una de las referencias capitales de la poesía
portuguesa contemporánea. Afirma la autora al respecto: Hà un
desejo de rigor e de verdade que é intrínseco à íntima estructura
do poema e que não pode aceitar uma orden falsa (1990: 8). No
quiero decir con ello que el poeta extremeño imite el tono sincero
de la poeta portuguesa. Digo que lo comparte plenamente, del mismo
modo que lo observamos en País possível (1973) de Ruy Belo o en
toda la obra de Andrade. Un indicio de que Ángel Campos admiraba
este compromiso ético de la autora portuguesa con la escritura
poética es que en Los nombres del mar selecciona unas reflexiones
similares de la autora como introducción a su selección de textos
(Campos, 1985: 35).
Sin salir de la
posible influencia de Sophia de Mello, es posible que la imagen de
Lisboa que transmite la autora en el primer poema que traduce Ángel
Campos en la antología citada (p. 40) haya podido calar en su
imaginario ficcional de Lisboa. Recordemos que Sophia de Melo
insiste en el poema en la materialización del verbo que se hace
carne en el mismo acto de pronunciar el nombre de la ciudad:
«Digo:/ «Lisboa»/ Vejo-a melhor porque a digo/ (...)/ Porque digo/
Lisboa com seu nome de ser e de não-ser/ (...)/ Digo o nome da
cidade/ —Digo para ver». Sorprende aquí la deliberada
confusión sinestésica entre descripción y escritura. Descripción
lingüística, objeto y reflexión metapoética se funden en el texto.
Obsérvense en este sentido los textos de la última sección de La
ciudad blanca de Ángel Campos, la más explícitamente metapoética,
titulada «La isla ilesa». En ellos, la descripción deviene
inevitablemente en escritura, lo descrito se transforma en tinta.
El poema «Caligrafía», de esta sección, concluye: «Las gaviotas/
puntean/ -mudas-/ el agua/ escrita (p. 80); el poema «Tintura» dice
así: «Las aguas/ que bajan/ aquí/ se mezclan:/ el agua dulce/ la
sal del agua./ Tinta.»
Algunas
conclusiones
Con solo aproximarnos
a la obra de Ángel Campos se hallan algunas huellas de la presencia
de la poesía portuguesa. Insistimos: estamos seguros de que un
análisis más amplio, profundo y riguroso que el que permite el
espacio de este artículo desvelaría un sinfín más de conexiones.
Por apuntar algunas, la simbología de la casa y de la madre, en
especial en La semilla en la nieve (2004), están muy vinculadas
tanto con Oliveira como con Andrade (obsérvense los poemas
dedicados a una figura materna de Os amantes sem dinheiro [1950]).
A Andrade, quizá el autor portugués más traducido por Ángel Campos
tras Pessoa, le une además el hondo tratamiento del tema amoroso,
poco frecuente en la estética silenciaria, más propensa a ocuparse
de otros motivos. De su admirado Ramos Rosa pueden rastrearse
huellas en el apartado léxico (lo leve, lo blanco, lo minúsculo, lo
transparente como semas léxicos dominantes) que remiten siempre a
la sencillez; recuérdese el poema «No dijimos las palabras más
sencillas» de Ramos Rosa. A este poeta, finalmente, puede
atribuirse esa especie de panteísmo o conexión entre lo cósmico y
los elementos más simples de la naturaleza que observamos a veces
en la poesía de Ángel Campos.
En suma, Ángel Campos
Pámpano no ha sido sólo uno de los más importantes conocedores,
editores, difusores y traductores de la poesía portuguesa en
España, sino que se erige en el mejor exponente de un tipo de
poesía en lengua española cuyas fuentes principales brotan del país
vecino. Eso le hace único. Nuestro autor, predestinado quizá a esa
conexión ibérica por su origen rayano y su formación universitaria,
hace suyas esas fuentes fundiéndolas con la tradición hispánica en
el laboratorio de una voz inconfundible, extremadamente
autoexigente, que resulta íntima y existencial al mismo tiempo,
como si de alguna manera realidad, vida y literatura fueran, para
él, la misma y sola cosa.
R. P.
P.—UNIVERSIDAD DE EXTREMADURA
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